EL RECTORADO EN LA UNIVERSIDAD ECUATORIANA EN EL SIGLO 21

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Es indudable que el ejercicio de una Rectoría Universitaria obtenida por una elección como tal, sea ésta por la vía de elecciones o designación por Autoridades Superiores, es más que aquello, constituye un desafío de altísimas demandas de la actual sociedad ecuatoriana, así como una demanda de gestión de primer nivel.

La Nación se encuentra, así como el resto del planeta, viviendo una crisis económica, lo que para todo ente universitario, público o privado, es ya un factor de incidencia de mucha consideración, para la toma de decisiones.

La Era del Conocimiento que vivimos, presenta otros escenarios reales de vida, para todo país, por tanto los entornos de desarrollo político, social, cultural, financiero y educativo, derivan en otros ámbitos, cuyas escenas ya no son estáticas, sino mas bien dinámicas, a lo que un Rectorado, requiere de un equipo de gestión, tenga la capacidad de poder descifrar, entender, atender, y disponer de una sinergia inteligente y adecuada para contribuir a la soluciones que se necesitan en los momentos oportunos que haya que llevar a cabo acciones al respecto.

La imagen de la universalidad, el saber, la ética, la moral, dirección y liderazgo del Alma Máter, es lo que se pretende conservar, y en algunos casos, reinstaurar, dada la demanda de estos valores, muy a menos, en algunos estamentos administrativos y docentes involucrados en el quehacer universitario.

La apreciación que se tenga del avance de conocimientos y la masificación de los mismos(debiendo ser su eje transversal la investigación científica), constituye entender aquellos factores que se ramifican en procesos que deben partir de decisiones racionales con coherencia administrativa, financiera, académica, científica, tecnológica e investigativa, sin que se altere la misión de la propia Universidad.

Una clave en la procura de ideales en la Educación Superior es alimentar tradiciones y valores, que hablen de la propia identidad, que desde su nacimiento ha tenido toda entidad universitaria, que dieron motivo a la razón de ser y de existir, no solo para sobrevivir en el tiempo, sino también para trascender debidamente en el mismo.

Lo mencionado anteriormente, es una lucha de actualidad, ante el olvido, la indiferencia y la apatía corrosiva que se impregna en las antiguas y nuevas generaciones administrativas, estudiantiles y docentes.

Los avances, así como los reconocimientos que obtenga cualquier Universidad, debe crear vínculos de empatía para exaltar virtudes que impulsen un diario quehacer, creador, renovador e innovador del saber.

El manejo del corto plazo, la falta de planificación, el actuar sin coordinación, la crisis de sentido y la desinstitucionalización, constituyen batallas que crean entredichos y otras visiones, que alteran el modo de percibir y actuar, ante las verdaderas soluciones que se necesitan.

Todo conflicto debe ser atendido, reconocido, tramitado, discutido y solucionado. Trasladado este escenario a la Sociedad Ecuatoriana, hace que se piense con claridad, que se necesita recuperar el espacio público y su opinión en buena lid hacia el ente universitario, en base a la reconstrucción de la autoridad, que se la obtiene y se la gana con responsabilidad ética y civil, y sobre todo, con la figura y certeza de un Docente adecuado para el Siglo 21.

Una de las mayores crisis de la Universidad Ecuatoriana, y en muchos casos ha sido determinante, es la presencia de las anomias, que deben ser enfrentadas a escala en la administración y la vida académica de toda entidad. Esta injerencia ha influído hasta en la calidad docente, que ha creado hasta dualismos, entre una universidad real y una ideal, conviviendo el atraso y el progreso, lo que ha motivado, que se piense que el mayor problema es el Educador.

En este último punto vale reflexionar al respecto, dado que no es exclusivo de una estabilidad institucional, sino mas bien de orden cultural y estatal. La incorporación docente con «vocación ocasional», ha creado la imagen del empleado o instructor, simple ejecutor de horas de enseñanza, lo que ha llevado a que desdibuje la verdadera imagen de quienes tienen y practican la verdadera vocación  docente. Esto lleva a que se creen los llamados Concursos de Mérito y Oposición Docente, cuyo proceso demanda un análisis profundo, que parte de la misma concepción que se tiene al respecto, cuyos criterios deben estar fundamentados en una Excelencia Pedagógica, que no es definitivamente una labor de ciencia, que debe estar plasmado desde una educación política.

Inequívocamente, el espacio docente es fundamental y decisor. Hay que dar el espacio espiritual que requiere la Docencia, en base al trabajo y no a una utopía, que parte del valor de la tradición que tiene una Universidad.

El diálogo universitario también es fundamental, concibiéndose al desarrollo como punto principal, lo que constituye un problema cultural y de mentalidad, que debe subsanarse a medida que se presentan los momentos y los avances del caso.

Se puede decir, fundamentalmente, que las gestiones políticas, administrativas, académicas, investigativas y del talento humano, hace que se tenga la particularidad de la existencia de una cabeza organizativa, por lo que en el resto de la Universidad deben existir estructuras estables que faciliten la gestión, por tanto, el elegir un Rector es mas un acto político que académico.

Esto último, hace que los equipos de trabajo, estén a la altura de una gestión universitaria del presente siglo, donde unas de sus fortalezas es el verdadero talento humano, el uso adecuado y pertinente de la tecnología y sobre manera la identidad institucional, que parte desde la misma dirección de las Primeras Autoridades.

 

 

 

 

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